lunes, 24 de diciembre de 2007

He vuelto al vientre de la ciudad

He vuelto al vientre de la ciudad.
Hace mucho que no miraba
desde adentro sus entrañas,
ese esófago de hormigón,
estas venas de lava.

Hace tanto que no me escondía
en el largo laberinto
de sus miedos de hueso,
en la tibia o triste fábula
de sus frutos de sangre.

Selva de piedra
hábitat
natural
de aves
de paso
útero
repleto
de esperas
de sed
exceso
sin fin
sin tiempo
silencio
azufre
fértil
que abre
puertas
cierra
el pasado
sin
treguas
sin
vanidades
incauto
humo
que entra
en
el bolsillo
de
la noche
piedra
aroma
guitarra
sorda
huella
que
persiste
que
acuchilla
que
quema
hasta que llega la lluvia:
lluvia tersa que me viste y que me calza.

He vuelto al vientre de la ciudad.
Hace mucho que no sentía
este inventario de tejados
que se suceden sin sobresaltos,
que estallan sin rabias, ni rutinas.

Quito, dosmilsiete.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

13

Esto es parte del pasado, pero en el pasado es donde descubro las semillas de mi presente, y a partir de este presente nace la era del dragón: el porvenir.

Como quisiera odiarte.
Despertar un día y comprender de pronto
que en medio del sueño aciago
la tristeza devino en rabia,
y que la pobre desilusión
ya sin querer se transformó en soberbia.
De todos modos esa rabia aún es
combustible etéreo que mueve al mundo,
mientras que del mustio no se acuerda nadie
y hasta los tristes de convicción
de placer
o de hastío
huyen sin reparo ante una nueva tristeza.

Después de todo dicen
que es corto el camino del amor al odio
y en el pueril trayecto es fácil
o por lo menos probable
encontrar un atajo que lleve al olvido,
olvido que desemboca
como dócil río,
en un nuevo
en un vasto océano por descubrir:
océano sin noches,
nuestra noche,
océano sin dudas,
tus pobres dudas.

Como quisiera que en el recuerdo
tu boca tus ojos
la curva de tu pelo
desaparezcan sin remordimientos
ni fatalidades
y en su reemplazo solo quede
una hoja en blanco
o un lienzo
en el que se dejen pintar detalladamente,
sin vísceras fauces ni comodidades,
otra boca que no calle
otros ojos que me miren
otro pelo que me guarde.

Como me gustaría entender por fin
que aprendiste a mentir en el camino.
Que tu ir y venir
que tu risa y tu llanto
no son signos de un amor en pugna o en extravío,
sino obscenos estigmas
del temor a ese destino
que bien sabrás ya enfrentar
sin mi mano en tu mano,
sin la torpe sombra
de mi afán en tu lecho,
y sin este súbito sueño de odio
que solo sabe atizar tu recuerdo.

Quito, diciembre 2006