sin saber que solo espera.
El río, futuro mar,
futuro río por siempre.
En el verano de 1987 yo tenía 10 años.
Recuerdo que una de las cosas nuevas que llamó en seguida mi atención al llegar a la casa de mis primos, fue un recorte de revista que uno de ellos había pegado en la puerta de su cuarto. Era la foto de una banda. Su nombre, cuando me lo dijeron, me sonó a refresco y su look, entre glam y punk, me arrancó una carcajada que aún se recuerda en las reuniones familiares.
– Soda Stereo – repetí – y eso cómo se toma?
En el verano de 1987 mis primos y yo escuchamos Soda Stereo como si la música fuera un invento nuevo y maravilloso y ellos fueran sus únicos intérpretes.
Pronto empecé a buscar aquellos sonidos en otras lenguas y en otras bandas, especialmente en aquellas en las que participé desde que inicié mi sueño de músico, y el abanico se fue extendiendo, se fue llenando de aromas, épocas y matices: desde Sinatra y los Beatles hasta el indie más postremo, desde Sabina y Almendra hasta el último de los Bengala. Y todo gracias a Charly Alberti, Zeta Bosio y Gustavo Cerati, tres tipos a los que, en algún momento, se les dio por ponerse un nombre que a mí me sonaba a refresco.
Cómo me gustaría deshacer tu tristeza,
desmantelarla, por ejemplo,
tragarme cada pieza mientras tú miras
y beberme el molde, si es que hace falta.
Igual,
yo,
ya estoy triste,
ya no me sorprende nada.
Cómo me gustaría romper con tus penas,
quizá hacerles un hueco en la garganta
hasta que se vuelvan de trapo
para poder cargarlas.
Igual,
yo puedo con ellas,
de tanto descubrirlas
y catalogarlas.
Creo que alcanzó a mirarme. Creo que, mientras pasaba, reía con mis acrobacias sin notar que era yo quien la esperaba detrás de esta peluca verde y esta nariz redonda.
Voy hacia el norte. Corro tras ella. La gente ríe cuando caigo, como si mi angustia también fuera parte del show.